La Superliga

Todo esto es mentira.

Hace tiempo que algunos señoros mayores (sic) adornamos con nuestros pesados quejidos las redes sociales. «Cosas de maduritos achacosos» dirá la chavalería TikToker. Seguramente tendrán razón. El fútbol que añoramos ya hace tiempo que no existe, o por lo menos no viste las camisetas de nuestros equipos.

Al fútbol se jugaba los domingos. Si eras de un equipo modesto, por la mañana después de desayunar con los amigos, y después a tomar unas cañas comentando a grito pelao en el bar que con Manolín de volante izquierdo no íbamos a superar al Sporting de la Nava en la liga otro año más.

Si eras de un equipo «profesional» el domingo por la tarde después de tomar café con los amigos y aconsejar al árbitro que debería visitar al optometrista durante todo el partido, se celebraba el tercer tiempo recordando como Ambrosio II había conseguido librarnos del gol de la derrota contra el F.C. Internacional.

Y si no podías ir a ver el fútbol, seguías el partido por ese aparato a pilas llamado transistor, donde un locutor con acento sudamericano dibujaba en tu mente las gestas de Manolín y de Ambrosio II entre anuncios de puritos y coñases aptos para todos los públicos.

Y el fútbol tenía una magia que no tiene ningún otro deporte. Era imprevisible. No era raro que un equipo modesto ganara a uno poderoso. Casi todas las jornadas «saltaba una sorpresa en Las Gaunas (o estadio de similares características)», David vencía a Goliath contra la lógica de las pesetas. Era un deporte de 11 contra 11. En el que cada poco tiempo, si había una conjunción de los astros, el pobre ganaba al rico. El fútbol era de los aficionados al fútbol.

Pero eso comenzó a cambiar cuando se vió que el fútbol podía generar mucho dinero. Llegaron petrodolares, fondos de inversión, cotizaciones en bolsa. El fútbol se convirtió principalmente en un negocio. Se invirtieron grandes sumas de dinero por parte de las televisiones para ofrecer un espectaculo único en el mundo. Y ese dinero hay que rentabilizarlo. Horarios para los televidentes internacionales ajustados al mejor postor aunque perjudique al aficionado que va al campo, impedimento a las radios a retransmitir los partidos. No se puede dejar nada. Hay que rebañar todo el plato.

Y son insaciables.

Y más partidos de los que generan más «share», donde poder colocar millones de anuncios de apuestas. Más dinero, más dinero, más dinero. Y evitar cada vez con mayor impunidad las sorpresas. No. David no puede ganar a Goliath. Goliath genera muchos más beneficios. Hay que domesticar el espectáculo. Ya no es un deporte. No se esconden.

¿Pero y los medios de comunicación no dicen nada? ¡Ja, ja, ja! Los medios son partes del tinglado. Reuniones a voces de energúmenos que han vendido todo lo que tienen para ofrecer más espectáculo. No importa el fútbol, lo importante es el «share», la pasta, los anuncios de apuestas. El recoger las migajas que dejan los propietarios del circo.

Ahora varios clubes han decidido que para qué van a repartir el dinero que generan con los dinosaurios que vendieron su alma, y que van a realizar una novedosa y espectacular «Superliga» entre ellos y ellos en el que cualquier asomo de equipo modesto no va a existir. Todo será lógico, milimetrado. La película acabará siempre bien y el explorador blanco matará al indígena feo y se llevará a la chica mientras millones de personas cenando pizzas precocinadas, solos, en sus casas, gastan dinero en apuestas para engordar el espectáculo. Money, money.

¿ Y el aficionado al fútbol? Cada vez quedan menos. La mayoría son aficionados al merchandising, a los resúmenes digeribles de 5 minutos para consumo rápido, al malabarismo, al Cirque du Soleil, pero al fútbol no. Esto ya no es fútbol (Es la Liga)

¿Y el Getafe? Pues en esa Superliga de pijos ni está ni se le espera. Y las ligas locales perderán el glamour y las campanillas. Y si no hay interés, los horarios volverán a los domingos, al café de antes y a las cañas de después con los amigos. Y seremos los cuatro gatos de siempre que gritaremos los huys como goles y aplaudiremos los despejes como si fueran regates virtuosos. Y comeremos bocadillos de panceta a la plancha en el descanso. Y brillaremos mucho menos pero seremos más felices, porque a nosotros nos gusta el fútbol.

Así que a esos equipos que se van a montar su circo de tres pistas:

«Tanta paz llevéis como descanso dejais»

PD.: Anoche la pizza que cené fué de cuatro quesos.

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